En algún momento de un día de verano, recuerdo asomarme por
la ventana. Era pequeña y tenia un marco rustico de color blanco, el paisaje
era de color ocre y sonaba el agua que chocaba contra el embarcadero. No
recuerdo muy bien que hacia allí, ni en que lugar me encontraba; pero si que
recuerdo a un hombre a lo lejos. Subía por un pequeño sendero hacia un faro
blanco, con unos ladrillos que rodeaban la parte de arriba. Y en ese momento,
recuerdo preguntarme: ¿Que clase de hombre es el que trabaja de farero?
Siempre nos hemos preguntado por muchas cosas, y siempre
hemos soñado con un trabajo idílico y con un buen sueldo con el que pudiéramos
vivir nuestro ocio con tranquilidad. Pero, no creo recordar, que nadie en
preescolar, en su pupitre de madera dijera que lo que quería ser de mayor era
farero. Ese hombre que ilumina el camino hacia a casa o aleja a los que se
acercan para que no se estrellen, esas personas encargadas de la vigilancia y
del cuidado del faro.
El faro es una herramienta que está situada en las rutas de
navegación de los barcos y que cuenta en su parte superior con una lámpara
potente, cuya luz se utiliza como guía.
Pensando,
en el momento que me llevó a esa casa, también me plantee que es lo que
buscaban esas personas que se suben en un barco para emprender una ruta hacia
una nueva vida. Pensé en el dolor que puede sentir una persona cuando decide comenzar
un viaje que cambiará su azar y con el que dejara los recuerdos del pasado.
Para estas personas, ese viaje supone la salida hacia un nuevo mundo, la puerta
que se abre o el sol después de la tormenta. Supongo, que estas personas,
esperan de ese barco la llave hacia su nueva vida, la salvación de su alma; y
esperan, también, que el viaje sea lo mas placentero y rápido posible. Necesitan
esa brisa en cubierta que de algún modo, les anticipa que todo ira mejor;
necesitan el olor a limpieza que purifica su alma y necesitan el sabor salado
en los labios que les promete sentimientos diferentes. Es su pequeña transición
hacia la libertad, hacia la tierra prometida, que después todo, no es más que
la felicidad.
En algún momento de un día de verano, recuerdo asomarme por
la ventana, pero no recuerdo que es lo que yo hacia allí. Volvía, la pregunta a
mi cabeza: ¿Qué clase de hombre es el que trabaja de farero?. Unos instantes
mas tarde, pude ver un barco, se acercaba al faro, y pude ver como la luz le
indicaba el camino para desembarcar. Se escuchaba a los lejos el grito de
aquellos tripulantes, el grito de la libertad. Y vi a aquel farero saludándoles,
iluminándoles el camino.
Entonces todo tuvo sentido para mi, el farero tenia un papel
fundamental en la vida de esas personas, sin él no podrían encontrar esa
ansiada vida que buscaban en aquel barco. Era él, el guía, la esperanza…. En un
mundo de oscuridad, todos necesitamos una luz, todos necesitamos algo que nos
guie a través de la noche. Y ese hombre, el farero era el puro resplandor de la
esperanza.
En algún momento de un día de verano, recuerdo asomarme por
la ventana, y ahora ya no es una ventana extraña ni una casa desconocida.
Supongo que necesitaba mirar por ella, para entender a que se dedica el farero.
Ahora comprendo, que lo importante, no es donde estés, ni con quien vivas tu
vida, sino la luz que te ilumina el camino hacia tu existencia, el resplandor
que siempre te lleva a casa.
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